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lunes, 22 de junio de 2009

CRÓNICA DE UN CONCIERTO MUY ESPERADO

Por Alejandra Hidalgo

16 de marzo de 2009, ciudad de México. Era una fresca tarde de lunes en el Foro Sol, casa del equipo de béisbol de los Diablos Rojos. Pero esa tarde no se escucharía al ompáyer gritar aut o “safe”, sino algo mucho más que un “home run”.

La banda estaba sentada cuando llegamos. No era la de los músicos, sino la integrada por los múltiples fans que permiten que Radiohead continúe cosechando éxitos. El escenario estaba a tan sólo 15m de nosotros aproximadamente y debajo de éste, también los habían parados, acostados, otros más en cuclillas, fumando, comiendo pizza, recordando sus melodías favoritas en su Ipod, parejas abrazadas, extranjeros emocionados y hasta una joven vestida con una cabeza de oso panda, logotipo de uno de los discos del quinteto de Oxford. Así formé parte de los más de 100 mil asistentes que acudieron a los dos conciertos de una de las agrupaciones de música alternativa más importantes e influyentes de nuestros tiempos.

Y con ello doy inicio a esta crónica de mi experiencia con una de mis más grandes pasiones, que junto con la Literatura y el Cine, otorgan mayor valor a mi vida: la Música.

4:00pm. Después de una breve siesta para recargar energías, mi hermana Paty y yo salimos de casa de mis tíos hacia el Metro. Varios meses habían transcurrido desde que adquirimos nuestros tickets y al fin nos acercábamos al climax de la aventura. En el Metro vimos que se asomara el imponente estadio de béisbol y con ello a los miles de jóvenes caminando hacia él. Revendedores a cada paso. Puestos y más puestos de souvenirs. Colores y más colores de camisetas, gorras, bufandas, llaveros, tazas, pósters, cds… Pero nada de eso importaba ahora. El acceso a general A, la zona de primera fila, nos esperaba. Al llegar no contamos ni 15 minutos cuando nos permitieron pasar. Todavía no daban las 5 de la tarde. Después de esa primera entrada, Paty y yo arrancamos a correr como en una competencia de atletismo, queríamos estar lo más cerca posible del conjunto inglés. Con la respiración a contratiempo llegamos a la última revisión y, finalmente, a ser parte de aquella banda de fans amontonada frente al escenario.

5:20 pm. ¿Me siento o me quedo parada? –Siéntate, todavía falta mucho para el inicio- me dijo Paty que por segunda ocasión estaba repitiendo la dicha de asistir al segundo y último día de concierto de Radiohead en México. Pero con el estómago lleno de mariposas no aguanté mucho sentada y preferí estar de pie y así comenzaron a hacerlo los demás para asegurar su lugar. Poco a poco se llenaba el área de más y más y más jóvenes, hasta que el único espacio que ocupabas era el de tu propio cuerpo, apretado junto a otro. La espera se ambientó con un globo blanco rebotando sobre las miles de cabecitas. Un vendedor de nieves se metía entre la multitud para cumplir su labor y así también los de las pizzas, aguas y las cervezas a cien pesos por persona. ¡Compremos una para todos! Gritaba un grupo de jóvenes en reclamo al elevado precio.

Los minutos corrían. Dos jóvenes tapatíos ondeaban una semi-bandera de México pues en lugar del águila llevaba al centro un símbolo de los autores de “High and dry”. Y en su misión de echar relajo y olvidar sus pies cansados, llamaban con estruendosos gritos al vendedor de nieves, provocando la risa y la molestia de quienes los rodeábamos sabiendo que lo hacían sin el deseo real de comprar un helado, sino de causar algunos empujones. En el escenario, personal del grupo telonero “Kraftwerk” ajustaba los últimos detalles a su equipo de cómputo con el que se presentarían . Uno de ellos recordaba por su calva al famoso Dj Moby, por lo que no se hicieron esperar las bromas de comparación y la exclamación a coro: ¡Que cante Moby! ¡Moby, Moby!

Las horas pasaban.

El sol se despedía y nubarrones amenazaban. Sin más avisos las gotas cayeron de forma quedita y constante. Pero éramos tantas almas debajo de aquel cielo gris, que unos a otros, como florecitas rockeras, apenas y las sentimos. Habíamos jóvenes de “todo tipo” (desde adolescentes, universitarios y hasta los de la tercera década). Ante la desesperación del inicio del show, grupos de fans coreaban canciones de Radiohead una y otra vez. Y de repente el canto se silenció y llegaron los gritos.

8:00pm. Los reflectores se encendieron.

El grupo telonero arribó a escena. La euforia subió de tono, pero no a su máxima potencia. Los miles de cuerpecitos bailaron sobre su propio eje los electrizantes ritmos. Despliegue de tecnología audiovisual se hizo presente junto a los cuatro miembros pioneros de la música electrónica. Kraftwerk ofreció más de 10 temas durante casi una hora. Su penúltima melodía, como todas, impregnada de sonidos computarizados, causó sensación cuando de repente ya no eran cuatro humanos sino maniquíes robotizados los que se postraron frente a un ya repleto Foro Sol. Con canciones de conciencia social y sobre el medio ambiente como Radioactivity y Man Machine, el cuarteto alemán se despidió de un público sediento de sus ídolos británicos.

Pero todavía faltaba media hora más de espera.

Llovía leve sin parar. Atrás de nosotros, las gradas lucían con cientos de plásticos azules sobre la gente que evitaba mojarse. Erizaba voltear y mirar el estadio a reventar, estaba al límite de su capacidad. Mientras tanto en el escenario se terminaban de alistar los instrumentos y el equipo que requerirían Thom, Johnny, Colin, Ed y Phil.

9:38pm. Se fueron las luces y se acabó la sed.

Como la explosión de un arcoiris, los gritos de una audiencia eufórica pintaron el escenario hasta mezclarse en una sola voz con la del líder de Radiohead. “15 steps”, al igual que en el primero, fue el tema que abrió su segundo histórico concierto después de 15 años de sequía de sus fans mexicanos. Pero la euforia se convirtió en momentos de angustia cuando llegó a los extremos con empujones que provocaban casi la asfixia y una lucha constante de cuerpos por conservar su lugar y sobrevivir a una multitud alocada. Como nunca sentí golpes, codazos, pisotones y empujones de alto nivel. Tenía que aguantar, no quería rendirme después de una larga espera y un viaje desde Mérida para ver de cerca a los creadores de “No surprises”. Y estuve a punto de desistir ante los casi llantos de mujeres apachurradas y chavos que salían como disparados de su lugar en primera fila. La marejada humana te llevaba de un lado a otro mientras Thom Yorke cantaba. Perdí a Paty, a quien no la volví a ver, afortunadamente a salvo, hasta el final de la presentación. Hubo momentos en que dejé de pisar el suelo pues la ola humana me cargaba entre sí hasta casi aventarme al piso, pero no, no caí. Empezaba la segunda melodía y el alboroto no cesaba hasta que por fin, el mar se niveló y poco a poco volvió la calma. El precio por verlos estaba siendo alto. Sin repararme todavía del susto que viví, no lograba disfrutar el concierto preguntándome por Paty y revisando si mi cuerpo tenía algún hueso roto por los agresivos empujones. Calmadas las aguas y después de confirmar por celular que Paty estaba bien, la música entró a mis venas para hacerme olvidar y quedar envuelta en el haz de luces multicolores que provenían del escenario.

Radiohead me transportó a mi época de preparatoria y a episodios inolvidables de mi vida. Tocó más de 22 piezas de toda su discografía pasando por Pablo Honey hasta In Rainbowns, su más reciente producción, de la cual interpretó la mayoría de sus temas.

Eran los noventas y apenas rebasaba los 15 años de mi vida cuando los escuché por vez primera. Nirvana, The Cranberries, R.E.M, Pearl Jam, Smashing Pumkings, Red Hot Chilli Peppers estaban junto a Radiohead en el mismo cassette que una y otra vez di vuelta para escuchar. Y esa noche, estaba de frente mirando en vivo el baile frenético del hombre “creep” y me dejé llevar por cada acorde de su guitarra, de su piano, su pandero, del bajo, las percusiones y de los efectos creados por la computadora de Johnny. Cada canción era un viaje mágico al mundo de la música. ¡No mames güey! Gritaba un fan a cada melodía que iniciaba. Y yo, que me confieso poco conocedora de todos sus temas, a pesar de contar con casi toda su discografía, me integré al baile epiléptico de Yorke. Así grité, canté, brinqué y rasgué mi guitarra imaginaria al alocado ritmo de “Bodysnatchers”, “Weird fishes…”, “Karma Police”, “Paranoid Android”, “Jigsaw falling into place”, “Idioteque”, “The bends”, entre otras. La música me poseía como una androide paranoica entre un mar de peces raros.

Allá arriba el quinteto lucía relajado y en confianza gozando la energía de los mexicanitos reunidos a montón para verlos. Con “Exit music (for a film)” tuvieron algunos problemas técnicos hasta que Yorke desistió en interpretarla. El grito de apoyo del público no se hizo esperar: ¡Radiohead! ¡Radiohead! Varias veces el vocalista se dirigió a sus fans con un “Thank you” y hasta en un momento que una de sus guitarras se desentonó compartieron una carcajada con su auditorio.

El escenario era sencillo pero impactante en tecnología con luces de tubos leds colgantes, que se iluminaban como un cielo estrellado, como sangre que fluía o como un arcoiris palpitante en sintonía con la música. En el fondo y a los lados, pantallas gigantes con las imágenes de cada uno de los integrantes. Acercamientos a sus manos y a sus rostros con efectos visuales que cambiaban de tono.

La música eleva, transporta y toca tus más profundas emociones. A punto de lagrimar varias veces ante los suaves y nostálgicos efectos sonoros del planeta Radiohead, sólo cerraba los ojos y flotaba en él. Y no necesité ningún psicótico para hacerlo aunque el olor de la yerba fuera parte natural del ambiente.

Pasaron poco más de dos horas. El viaje estaba por concluir. Todos aquellos meses de espera estaban por ver el fin de su historia. Después de irse y volver para tocar un rato más para sus fans, en su último regreso al escenario sucedió lo totalmente inesperado. Yorke anunció con una expresión parecida a “but dont fuck with me”, la melodía con la que todo fan se inició en su música. Y yo no pude evitar mi alarido de emoción. Aunque para muchos decepcionó la elección, para mi significó un regalo a sus fans mexicanos. “Creep” reventó y convirtió en manicomio al Foro Sol. Diez años hacía que no la interpretaban en vivo y esa noche sí lo hicieron para despedirse de nuestro país. Por mi mente pasaron las tantas veces que en fiestas de quince años canté con alguna banda la historia de aquel joven tímido y despreciado. Fue una de las canciones himno de la generación X, nuestra generación. ¿Qué diablos hago aquí? I don’t belong here… y Thom, Ed, Colin, Phil y Johnny dijeron adiós.

Como hormigas esparciéndose hacia todas direcciones, las gradas y todo espacio del campo de béisbol comenzaron a vaciarse.

A poco más de una semana, todavía la energía de sus canciones corre por mis venas. Aunque no es la primera vez que vivo una experiencia similar con la música, sin duda será siempre una de las mejores.

Mérida, Yucatán 25 de marzo de 2009

Publicado en la revista electrónica marzo 2009 en: http://www.indyrock.es/