Laberinto heráldico
hechizó mi lábil alma
a las entrañas del minotauro.
No encontrar ninguna entrada
y mucho menos una salida,
reflejó la impotencia
ante el magno diseño
de quien te hizo.
Me llevaste a la figura
del toro-hombre
que colocó un aro sobre mi cuello
y me miró con sus garzos ojos,
acercándome a la espuma
de su hocico.
Frente a la bestia
yo solo temblaba
hasta que ocurrió
y se concretó el instinto
del hombre-animal
sobre mi cuerpo.
Junto a sus pies
yació largo tiempo
mi cuerpo llorando...
Esperé la venida
de un nuevo cuerpo para él
pero el sol posó tantas veces
que perdí la cuenta
de las noches que se escondió.
Sólo sentía
automatismo y esclavitud
corporal aunque no mental...
Pasé mucho tiempo,
tal vez 100 años años
siendo el único
escape a sus impulsos.
Pasé tanto tiempo
con él que pensé
iría a convertirme en su raza.
Pero nada de eso ocurrió
y ni siquiera perdí mi color,
ni se plateó mi cabello y,
mi piel fue más suave
y tersa que antes
de ser su esclava.
Era el hechizo
del laberinto heráldico
y su bestia el minotauro.
Hasta que el día llegó...
Mi libertad fue puesta a prueba.
Por primera vez el minotauro
no se abrazó a mi cuerpo.
Corrió hacia uno de los miles
de caminos donde escuché un sórdido
grito femenino.
Cuando el estallido de esa voz
llegó a mis oídos
el aro desapareció de mi cuello
y frente a mis ojos
se asomó una larga escalera...
Quise subir de inmediato
pero supe que no volvería
a ver esos ojos garzos...
Y sin perder de vista la escalera
seguí la fémina voz
que ahora emitía placer...
Me detuve entonces
y me encontré
con la escena que tantas
veces protagonicé...
Fue un instante eterno
el que sentí
no querer marcharme nunca...
Pero me despertó
el sonido de la escalera
que comenzaba a elevarse
y corrí a ella hasta alcanzarla...
Ya desde arriba
y fuera del laberinto
continué mirando aquella escena
que anudaba mi garganta...
Me di cuenta nunca grité
como aquella voz,
que siempre mudé
y llené mi rostro de lágrimas.
Hoy despierto
como de un sueño.
Camino por las calles de la ciudad.
Mi cuerpo nunca envejeció
mi vida regresó a la normalidad,
sin diferencias de tiempo.
Afirmo entonces
que realmente todo fue un sueño,
pero al mirar mi reflejo
encontré unas marcas alrededor de mi cuello.
Y mientras toco
esas huellas sobre mi piel,
me sorprende la voz de un billetero
de pupilas color cielo
vendiéndome el último billete
con el signo Tauro impreso...
4 diciembre 2002
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